Todas las leyes están hechas por ancianos y por hombres. Los jóvenes y las mujeres quieren la excepción, los viejos, la regla.
El anciano pierde uno de los mayores derechos del hombre: deja de ser juzgado por sus iguales.
Triste es llegar a una edad en que todas las mujeres agradan y no es posible agradar a ninguna.
La ancianidad es el santuario de las enfermedades.
La felicidad o desgracia de la vejez no es, frecuentemente, otra cosa que el resultado de nuestra vidas pasada.
Una segunda infancia, un mero olvido; sin dientes, sin ojos, sin gusto, sin nada.