No podría resolver mayor desventura que librar la imperfecta naturaleza humana del último látigo que la hace progresar: la necesidad y el hambre.
El progreso consiste en el cambio.
El deseo de progresar representa ya un progreso.
El que inventó la lanzadera fue más útil a la humanidad que el que descubrió las ideas innatas.
El progreso de un pueblo se mide por la situación de sus clases populares.
A los hombres que son bastante insensatos para decir: La humanidad no marchará, responde Dios con la tierra que tiembla.
Quizá el hombre, después de haber rehecho su entorno, dé por fin media vuelta y empiece a rehacerse a sí mismo.