El ideal del periodismo debería ser tender siempre a leerse solo. Y esto se logra con la balanza de precisión, con la dosificación exacta de las únicas calorías que hacen falta para que cada palabra nutra su idea; pero sin volverse adiposa. A cada plana, un sabor propio; a cada grado de interés, otro tipo de título; a cada sitio en la columna, otro valor jeroglífico.
Los periodistas subvencionados no pueden comprender que un servicio pueda hacerse desinteresadamente, acostumbrados, como están, a vender su independencia y su dignidad.
El periodismo es el tecleo prestidigitador, la lírica fallida donde la información desaparece porque el lector que importa, el Único Lector en la Única Silla, lo conoce de antemano del modo completo e irrefutable.