El periodismo es una inmensa catapulta puesta en movimiento por pequeños odios.
Los periodistas subvencionados no pueden comprender que un servicio pueda hacerse desinteresadamente, acostumbrados, como están, a vender su independencia y su dignidad.
El periodismo es el tecleo prestidigitador, la lírica fallida donde la información desaparece porque el lector que importa, el Único Lector en la Única Silla, lo conoce de antemano del modo completo e irrefutable.
El periodismo que se hace a través de la caricatura de los gobernantes y poderosos, el apoyo más firme de la libertad y el medio más eficaz de difundir conocimientos y popularizar la instrucción.