Para llegar a Dios hay que subir, pero la paradoja consiste en que el secreto para subir es bajar.
Sería una necedad querer regir nuestro propio destino y decir: ahora necesito consuelo, ahora sequedad. Dejemos a Dios, que nos ama, el trabajo de formarnos y de dirigirnos.
El dolor acompaña al amor como parte de su ser, como el aspecto terreno de esa divina realidad que es el amor.
El hombre no es más que un instinto adulterado por una inteligencia.