El mundo es un teatro de cambios, y ser constante en la naturaleza sería una constancia.
Lo mismo que un río: el hombre es cambio y permanencia.
Nadie puede cambiar, pero todos pueden perfeccionarse.
Nadie puede ser esclavo de su identidad: cuando surge una posibilidad de cambio, hay que cambiar.
En un mundo superior puede ser de otra manera; pero aquí abajo, vivir es cambiar, y ser perfecto equivale a haber cambiado muchas veces.
Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía, porque aquello que dejamos es una parte de nosotros mismos: debemos morir una vida para entrar en otra.
El hombre absurdo es el que no cambia nunca.