El amor y la honestidad son vasos comunicantes.
La conmoción íntima del lector es la suprema realidad de la poesía; leerla es un acto tan creativo, y muchas veces más, que escribirla.
Los pésimos poetas tienen una ventaja sobre los buenos. Un buen poeta no es reducible a recetas, ni imitable. En cambio, el pésimo, ah, es un paraíso pedagógico.